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¿Alguna vez has tenido una mascota, un gato o un perro? Si es así, estoy segura de que le quieres como si fuera otro miembro de tu familia. Es más, probablemente le trates como si fuera tu hijo, ¿me equivoco? Ésa es precisamente la razón por la que su fallecimiento es un momento bastante duro, que es lo que mi familia y yo, especialmente uno de mis hermanos, pasamos un día de julio de 2008 cuando nuestro perro tuvo que ser sacrificado. Y es que a día de hoy seguimos echando mucho de menos a nuestro Turko.
Para ser francos, no recuerdo exactamente cuándo adoptamos a Turko, sin embargo, sí recuerdo que era una pequeña bola de pelo. En ese momento, era solo un cachorro y así como él se mudó con nosotros a Barañáin, su hermano se quedó con mi tíos en Villava. Era muy majico, una mezcla única entre pastor alemán y husky, por lo tanto, sus patas eran blancas. De hecho, al principio, mi madre intentó llamarlo Calcetines.
Durante los primeros meses solía moverse por el ático, que a menudo destruía aunque cubriéramos todo el suelo con periódicos. Sin lugar a dudas, era bastante travieso pero lo adorábamos. Con el tiempo, cuando creció, lo trasladamos al jardín y mi padre le construyó una mini casa. Tenía mucho espacio, por lo que pasaba horas y horas corriendo.
Lo más especial de él era que era el perro más cariñoso del mundo. Por ejemplo, cada vez que llegabas a casa, corría hacia ti, moviendo la cola con toda la felicidad del mundo. Así daba gusto llegar a casa.
Lamentáblemente, tenía reumatismo, así que un día, cuando ya era muy mayor, tenía alrededor de catorce años, se quedó paralizado. Recuerdo que ese día estábamos preocupados ya que Turko no se había acercado (como solía hacer) al salón para saludarnos. El problema era que no podía moverse en absoluto. Mi madre y yo lo encontramos en el suelo. Nunca olvidaré esa imagen. No podía separarme de él. Fue un momento muy desgarrador pues estaba sufriendo muchísimo.
En definitiva, decidimos que lo mejor para él era dejarlo ir... aunque siempre estará en nuestros corazones. La casa de Barañáin nunca ha sido la misma sin él. Te echamos mucho de menos, Turko, siempre lo haremos.
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