Ya se han acabado los
Sanfermines. Otra vez a guardar en el armario la ropa blanca, el pañuelico y la
faja roja. Otra vez a contar los días que faltan para que llegue de nuevo el 6
de julio y nos reunamos con muchos nervios en la plaza del Ayuntamiento para
dar ese gritito que tanto nos mola y nos enorgullece a los pamploneses. Otra
vez esperar con mucha ansia para ver a nuestros queridos gigantes bailar
(aunque salen en septiembre en San Fermín txikito). Otra vez con la morriña de
ver el resto del año el ambientazo de las peñas y no poder bailar y cantar con
ellas hasta dentro de un año.
Este es el ritual que vivimos los
pamplonicas año tras año. Pero este año ha sido algo distinto. Este año he
podido oír en directo el grito de ¡VIVA SAN FERMÍN!, porque otros años he visto
el chupinazo en la plaza del Castillo y allí aunque pongan pantalla yo no suelo
oír nada de lo que dice el concejal de turno. Que conste que tampoco me he
metido en la plaza del Ayuntamiento… pero sí estuve bastante cerquita de ella.
Asimismo me he dado cuenta de lo
que puede llegar a impactar a una persona que no sea de Pamplona ver nuestro
Ayuntamiento. Nosotros no nos damos cuenta porque estamos acostumbrados y lo
hemos visto desde peques, pero si nos paramos a pensar, cada 6 de julio miles de personas se juntan
en esa plaza con el pañuelo alzado y esa impresionante imagen sale por todos
los medios españoles, e incluso por alguno internacional. Es mágico e
inexplicable ver cómo reaccionan las personas de fuera a esos pequeños detalles
sanfermineros con los que tú has nacido.
Por no hablar de la carita que puso
mi niña, mi sobrina, al ver por primer vez los gigantes y kilikis de su ciudad.
En estos casos pueden ocurrir dos cosas: o que los odie para toda su vida (ése
fue mi caso), o que le encanten. Éste fue el suyo. Su primer contacto fue con
un zaldiko-una especie de cabezudo, kiliki con caballo- que le dio un vergazo. Se asustó,
lloró un poco y a los minutos estaba otra vez mirando a todos los cabezudos y
gigantes con mirada curiosa y con su preciosa sonrisa. Y tú te sientes más que
feliz porque le estás mostrando una de las tradiciones más bonitas, emotivas y
queridas de tu tierra y a la txiki le encanta. Una sensación que también te
invade cuando enseñas tus costumbres a tus amigos.
Otro de los momentos más emotivos
de los Sanfermines es el Pobre de mí. Precisamente porque se acaban las
fiestas. Que en el fondo hay ganas de que se acaben del cansancio acumulado que
ya tiene el cuerpo. Pero que al fin y al cabo son tus fiestas, son famosas, y
son tuyas, de tu tierra. Durante nueve días tu ciudad es famosa y está en el centro
de atención. Miles de personas acuden a Pamplona. Miles de personas disfrutan
de unas fiestas sin importar ideologías y olvidando los problemas por unos días.
Pero c’est fini, se acabaron, y eso nos pone un poco tristes.
Pero sin duda, lo que más me invade
la cabeza es la sensación de tristeza al pensar que puede que éste haya sido mi
último Pobre de mí. Yo no sé donde estaré por estas fechas dentro de un año.
Supongo que en Pamplona no. Y eso será buena señal, y será una tristeza feliz y
sana, porque significará que he conseguido un trabajo. Pero esté donde esté,
intentaré venir a Pamplona y disfrutar lo que pueda de mis fiestas. Porque más
que una cuestión de juerga, es una cuestión de tradición y de sentimiento
pamplonés.
Ya falta menos para los
Sanfermines 2013. Viva Sanfermin y Gora San Fermín.
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