Ya han llegado los becarios de verano. Sus caras están sumergidas en un manojo de nervios, en una mezcla extraña entre ilusión, ganas y miedo. Miedo a equivocarse, miedo a un nuevo mundo (el laboral) y ganas por escribir, salir a la calle a entrevistar y formar parte de un medio de comunicación.
Me recuerdan a la primera vez que yo fui becaria de verano. Recuerdo que estaba acabando segundo de carrera, era junio y estaba estudiando Introducción Radiofónica (un tochazo), cuando me llamó Localia y Diario de Noticias de Navarra. De la emoción casi di un salto de la silla. Por fin iba a poder trabajar en un medio de verdad e iba a ver cómo se hace un periódico o un informativo. Al final me decanté por el periódico.
El primer día estaba muy nerviosa e insegura. Me fascinó ver por primera vez una redacción, aunque no fuese muy grande, y una rotativa. Además me dejaba boquiabierta la facilidad con la que los periodistas escribían sus titulares y los diseñadores maquetaban las páginas.
Me enseñaron cómo usar el programa de la empresa (que son tantas instrucciones que se te olvidan pero con la práctica le vas cogiendo el tranquillo), ayudé a una compañera, nueva también, a escribir la primera rueda de prensa que ella había cubierto y escribí varios breves (se trata de un tipo de texto periodístico cuya longitud, como su nombre indica, es breve). Salí a las diez y algo de la noche y pregunté a una compañera: -¿Siempre se sale tan tarde de trabajar? A lo que me contestó: -Bienvenida a la prensa escrita.
Al día siguiente me mandaron cubrir una rueda de prensa del Ayuntamiento de Pamplona sobre el dispositivo policial que iba a haber durante los Sanfermines. Yo estaba convencidísima de que no me iban a dejar sola, que acompañaría a algún periodista y que yo me quedaría a su lado, observando y aprendiendo. Pues no. Sucedió todo lo contrario. Además, recuerdo que cuando salí de la rueda de prensa, con todas mis notas en mi cuaderno, pensé que no sabía ni cómo iba a empezar a escribir mi artículo. Pero al final, salió.
Ese verano recorrí media Navarra en fiestas, estuve en pueblos en los que no había estado nunca, cubrí muchísimos chupinazos, subí un monte durante una hora con zapatillas y sin agua porque se suponía que llegar a aquel castillo histórico de Navarra costaba tan solo 15 minutos...; hice amigos, y enemigos...; acabé reventada yendo de un lado a otro con horarios de tremenda locura que nunca eran fijos. Pero me lo pasé muy bien, adquirí experiencia y perdí el miedo a preguntar a desconocidos. Y lo que es más importante, aprendí muchísimo, tanto del trabajo de los demás como de mis errores.
Así que nuevos becarios de verano, si al principio no salen las cosas no os preocupéis, es cuestión de aprender. Mucho ánimo, merece la pena.
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